No hay sino que poner un poco de atención para darse cuenta de que muchas cosas están cambiando. Medio Silicon Valley está en Bangalore y come curry en vez de sushi. El tribunal Internacional de Justicia acaba de condenar por primera vez a un ex jefe de Estado por crímenes contra la humanidad. España es casi Grecia en materia económica y casi Brasil en materia futbolística. Italia tiene un líder decentísimo y Escandinavia está pareciéndose demasiado a un libro de Stieg Larsson. Europa vuelve a ser un continente de emigrantes mientras varios países africanos tienen hoy economías emergentes, en franco crecimiento. Las orgullosas naciones del desierto lucen hoy caóticas y a la deriva en su mar de arena. En la cerrada Birmania se cuela un resquicio de libertad y de futuro. En Estados Unidos, Obama deja de estar de moda y los nuevos ídolos que millones quieren emular son puertorriqueños. En China, mientras los millonarios compran chateux en Francia para que no les falte el gran vino, la gente está aprendiendo a protestar y a echar atrás a un gobierno que no quiere que nadie recuerde lo que pasó, en 1989, en la plaza Tiananmen.
Nuestros vecinos también ponen lo suyo en este torbellino de transformaciones. En México volvió el PRI con una estética de telenovela; en el Perú el coco no result´ser tal y la economía no deja de crecer; en Cuba, que avanza milimétricamente hacia el siglo XXI, ya se pueden vender y comprar casas; en Uruguay avanza una prosperidad que no se conocía en casi una centuria, y no precisamente gracias a sus vacas; y Brasil sigue derechito hacia el puesto que su empuje parece garantizarle, el de una de las grandes potencias de este siglo.
La tecnología se ha convertido en un catalizador para potenciar cambios que se despliegan en cuestión de meses y a lo largo del ancho mundo. Los celulares se han vuelto mucho más asombrosos (y democráticos) que las computadoras. Los clubes de vídeo son intangibles, completamente digitales. Los músicos han vuelto a vivir de sus conciertos y no de sus discos. Una monja que tocaba piano en un convento de Etiopía puede hacerse famosa en YouTube medio siglo después de poner sus dedos sobre las teclas. A un gato le hicieron un tórax, hay impresoras que producen objetos tridimensionales y desde el cielo merodean robots blancos que matan a distancia. Pero el BlackBerry ha dejado de ser cool y han regresado, como objetos ceremoniales, los discos de vinil.
El mundo parece estar por fin enterándose de que Canadá es fantástica, de que el desastre del clima tiene mucho que ver con el modo en que producimos y consumimos, de que nos estamos quedando sin pescado, de que la obesidad es un problema de salud pública y de que a la democracia hay que defenderla. En una súper máquina europea descubrieron la partícula de Dios. Tenemos una galería de close ups de Marte. Un maracucho está a cargo del MIT. Un mexicano es el hombre más rico del mundo y no es un narcotraficante. Woody Allen recordó cómo hacer buenas películas mientras lo olvidaba a su vez Francis Ford Coppola. Madonna finalmente perdió su mojo, desplazada por una mezcla de cantante pop y museo de arte contemporáneo llamada Lady Gaga. Gustavo Dudamel está llevando a la música clásica la experiencia del best seller global.
Y aquí en Venezuela, donde tanta gente dice que no pasa nada y que todo sigue igual, estamos entrando en un nuevo periodo histórico casi sin darnos cuenta.
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