Al agradable Obama le quedan cuatro dias, lo echaran de menos hasta quienes abominaron de el. Últimamente tengo la impresión de que eso, la simpatía, se ha acabado o está en la nevera, poco menos que mal vista. ¿Hay algún líder “grato”, más allá de sus capacidades? No lo son Rajoy ni Hollande ni la nuremburguesa Theresa May (me refiero a las Leyes de Núremberg de 1935); Putin es un chulángano, Maduro un alcornoque cursi y dictatorial, Marine Le Pen y Sarkozy son bordes, un ogro el húngaro Orbán, y no hablemos de ese mastuerzo elegido en las Filipinas, Duterte, que en pocos meses ha hecho asesinar a tres mil personas sin que el mundo haya pestañeado. Al agradable Obama le quedan cuatro días, lo echarán de menos hasta quienes abominaron de él. Pero no es sólo en la política, es general. Hay una fuerte corriente cejijunta universal. Quienes gozan de más éxito y seguidores suelen ser los tipos broncos y hoscos, los que echan pestes, insultan a troche y moche y jamás razonan. Se sigue venerando a Maradona, que hace siglos que no le da al balón, por lo lenguaraz y camorrista que es, mientras que no hay futbolista educado, amable y modesto contra el que no se monte una campaña feroz: Raúl en su día, luego Xavi y Casillas, y a Messi ya lo culpan en la Argentina hasta de las derrotas de su selección en las que él no ha saltado al campo. De Piqué ni hablemos, no se le perdona que sea bienhumorado y desenfadado, como a Sergio Ramos. En realidad no se libra casi nadie que destaque en algo. Se ha acentuado la necesidad de destronar a quienes han subido demasiado alto, sólo que hay una enorme e hiperactiva porción del planeta que considera cualquier triunfo un exceso, por pequeño que sea. Esa necesidad siempre ha existido, y mucha gente aguardaba impaciente a que los ídolos se dieran el batacazo. La diferencia es que ahora esa porción enorme está agrupada y cree que no hay que esperar, que el batacazo lo puede provocar ella con el poderoso instrumento puesto a su disposición, las redes sociales. Hay muchas personas que no aguantan la lluvia de improperios que les cae desde allí; que se deprimen, se asustan, les entra el pánico. Que se achantan, en suma, hasta querer desaparecer. Si se piensa dos veces, no tiene sentido amilanarse ante la vociferación canallesca e inmotivada. Sobre todo porque nadie está obligado a escucharla, a consultar su iPhone ni su ordenador.
Trump presume precisamente de triunfador, pero el secreto de su éxito reside en comportarse como lo contrario, como un fracasado resentido e insatisfecho, como la rencorosa turba que pulula por las redes, ufana de amargarles la vida a los afortunados y machacársela a los “inferiores”: inmigrantes, pobres, mexicanos, musulmanes, mujeres, discapacitados, prisioneros y muertos en combate “que se dejaron capturar o matar”. Era cuestión de tiempo que la masa de los odiadores intentara encumbrar a uno de los suyos: al matón, al chulo, al despotricador, al faltón y al sobón. Esperemos que no lo consiga, dentro de nueve días.
EL PAIS SEMANAL
JAVIER MARIAS
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