Cuando un hombre te pudre el alma hay pocas cosas que se puedan hacer, salvo contemplar sarcástica o pacientemente el progreso de la descomposición. Tiende la despechada a pensar que el desamor ha sido sólo un puro malentendido, un percance de última hora. Y erra. Los otros, a los que les importa un carajo el lío sentimental de la susodicha, lo ven tan claro como el cristal de fábrica. Es un hecho contrastable que el ex le dejó porque tenía otras alternativas más vistosas, más útiles si cabe.
Y por mucho que en su afán de encontrar una excusa la abandonada escarbe en los últimos momentos que compartió con el amado, o trajine en su mente con las conversaciones que precedieron a la ruptura, no encontrará una solución lógica a su doloroso dilema. Ninguna palabra la ofendió más de lo que otras pudieron ofenderlo en otro tiempo, ningún acto o gesto fue motivo de la frialdad de trato que precedió a la terrible ruptura. La dejó porque ya tenía pensado dejarla.
No tuvo la culpa la despechada, no. Nadie la tuvo. Fue simplemente el desamor. Puede que hubiera otra. Pero "si te dejó, fue por algo", dice la sabiduría popular, y subrayo lo de algo, porque no dice "alguien", dice "algo". Ese algo bien puede resumirse en una palabra: hastío. A nadie le gusta que le dejen por aburrimiento, claro. Si encontró una sustituta es porque ya no precisaba de la amante, se había quedado corta o caduco, y sobre todo, lo aburría (?).
Las pruebas del desamor son incontestables. Las citas comenzaban a escasear, y se acortaban, como si hubiera prisa por irse a casa. "Mañana me levanto temprano", decía. Recuerde también el penado que en las conversaciones el ex no hacía ya nunca alusión al futuro, y que la sola mención de esos proyectos ilusos que fabulan los amantes en el despertar de su pasión estaba vetada bajo pena de silencio y cabreo. Sólo cabía un tema de charla: los problemas personales; sí, pero los de el.
Nada de idealizaciones. Si reflexiona un rato, recordará que sus últimas citas eran un extenuante, cuando no un suplicante, ejercicio de mercadeo, como el de un bazar turco. "¿El miércoles? Ya, ya, tienes que una cita con el doctor. Ah, ¿y el viernes? Sales con los del trabajo. ¿El lunes, entonces?". Pero una cita con el amado no puede regatearse ni convertirse en una ganga, porque se supone que el amor nos sublima, no nos rebaja; nos sube a los cielos, no nos arroja a los infiernos de la indignidad. ¿O sí? Precisado el diagnóstico, toca curarse.
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