Pasa en Venezuela en todos lados. Y pasa también en el exterior (sólo que hay países que no se entregan a su peor gente). Es una enorme conspiración de los mediocres que se extiende por doquier para ahogar a la inteligencia y al talento. Una política sistemática que se vuelve más sofisticada con los nuevos tiempos y que aprovecha todo recurso a su alcance, aunque viene dándose, tal vez, desde 1498. No es exclusiva de estos tiempos terribles, aunque ahora vive unas condiciones ideales que se han explotado y promovido desde lo más alto.
A Venezuela no la están invadiendo ni los cubanos ni los gringos: se la están comiendo los mediocres. La están sofocando en un pantano de mentiras compulsivas, de operaciones morrocoy, de negocios turbios que involucran desde una resma de papel robada en la oficina o una vacuna disfrazada de limosna a cargo del "bien cuidao" de la acera, hasta la pérdida de la rendición de cuentas con las reservas internacionales. E insisto, no es un asunto sólo político, ni son los únicos los chavistas.
Los mediocres se han unido para invertir los significados de las palabras, borrar los linderos entre lo lícito y lo ilícito, despojar a la ambición individual de todo lo que no sea acumulación de signos de riqueza y frustrar la instalación de los mecanismos del sentido común: el respeto a las leyes consensuadas, la resolución de problemas por la vía del diálogo sincero y el progreso de quienes trabajan con seriedad y acumulan conocimiento productivo.
Los mediocres tienen una economía muy bien desarrollada, que reemplaza a la economía real y la maneja desde adentro, como un íncubo, un Mr Hyde. Usan la democracia para asfixiarla y deformarla. De hecho, ése debe ser el mayor defecto de la democracia: que la apertura que constituye su esencia permite el acceso de los ignorantes y los sinvergüenzas al poder. Los mediocres tienen una institucionalidad que les funciona, una estructura que pervive y que, paradójicamente, lleva su ingenio, su "talento": es el producto de una inteligencia colectiva dirigida al mal.
Fíjense cómo se les enseña a los niños a ser mediocres, en tantas escuelas y colegios: repite lo que te repite el profesor y pasarás; punto. Fíjense cómo prosperan los mediocres en los centros de trabajo con sólo halagar al jefe, como en la serie The Office. Así llegan a dominar una nación entera.
Y los demás, cuando no luchan, se aíslan o se van. Dejando a los mediocres sin resistencia, a sus anchas. Entonces, el reino de los mediocres celebra su victoria de cada día haciendo ruido para no pensar, cobrándote hasta por saludarte, rayando las circulares en los ascensores o quebrándote la paciencia en las taquillas burocráticas.
Pero tiene que haber un modo de derrotarlos. E incluso de vaciar sus filas, de reducirlas por lo menos. Tiene que haber un modo de que los mejores tengan más influencia sobre nuestro destino. Y de que el talento individual, el esfuerzo de los dignos, alcance el lugar que se merece.
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