De unos meses a esta parte, creo que no pasa un mes sin que sepa que alguna persona que conozco parte del país. Me he ido acostumbrando a escuchar la noticia, me he familiarizado con su gramática. "Me voy". O "nosotros nos vamos". Cuando oigo la frase, de pronto, en medio de una conversación, o la leo en un mensaje de Internet, no necesito preguntar qué es lo que me quieren decir, porque tiene un tono reconocible, una música particular, en la que no encuentro júbilo pero tampoco miedo. Encuentro resignación, rabia, frustración y, a veces, alivio. Pero es una noticia que se da desde una decisión firme.
Los destinos son bastante diversos. México, el DF o una ciudad secundaria. Barcelona, Madrid. Bogotá. Ciudad de Panamá. Algún lugar de Estados Unidos, que va desde Nueva York hasta Tucson o incluso El Paso. Londres. El mecanismo por el que se produce el exilio varía entre el postgrado o la oferta de trabajo, que incluso en recesión global algunos consiguen.
Mucho menos variados son los motivos: "Nos cansamos de la inseguridad", "nos cansamos del gobierno", "esto no tiene remedio". Y aún menos varía la clase de gente que se va: estudiantes aventajados o profesionales de entre 23 y 40 años, sobre todo, al menos en mi experiencia; gente muy bien capacitada, muy trabajadora, muy responsable. Gente que sabe que hay que detenerse ante un semáforo en rojo y que hay que usar el cinturón de seguridad. Que no roba y que cree en el progreso, al menos en el progreso individual y familiar. Justamente por esto último es que decide irse, porque cree que en Venezuela no es posible conseguirlo.
La revista Newsweek, que leen millones de personas en todo el mundo, publicó un reportaje sobre el tema, que tuvo en su tapa. Aquí, me parece, se habla muy poco de eso, aunque lo veo cada vez con más frecuencia en artículos de opinión y en una que otra nota que produce algún medio. Es un tema más privado que público, que no es masivo como en países como Ecuador o Colombia, pero que está alcanzando niveles alarmantes, porque Venezuela está perdiendo a parte de su mejor gente.
Me parece que hay que dejarse de consignas patrióticas que no ayudan a nada y que hay que mirar el asunto a la cara, enfrentarlo. Reconocer que aunque allá afuera hay un mundo muy distinto a éste y que en muchos casos puede ser bastante hostil, también hay posibilidades que en este momento son nulas o muy reducidas en nuestro país, muchas de las cuales no son nada espectaculares sino simples, modestos indicadores de calidad de vida que alguna vez nosotros también tuvimos (aunque nunca los tuvimos todos).
He visto encuestas recientes en las que la mitad de los consultados dicen que la situación nacional está bien. Yo no entiendo cómo pueden llegar a semejante conclusión. Frente a ellos, estamos millones de venezolanos que no estamos nada conformes. Y que ante nuestra inconformidad y nuestra tenaz incapacidad para satisfacerla, año tras año, nos estamos haciendo preguntas que antes no nos habíamos hecho. Creo que hay que hablar de esas preguntas. Creo que no hay que avergonzarse de eso. Creo también que quien decide quedarse y luchar tiene todo el derecho de hacerlo y nadie puede criticarlo por eso. Pero en todo caso, reconozcamos que muchos están por anunciar, también ellos, su partida.
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