sábado, marzo 12, 2011

Una noche más oscura


Llovió mucho. Demasiado. Y en medio de eso, la noche que cubría el país se hizo más profunda. Había una amenaza de luz a principios de este año, así que los administradores de la penumbra se apresuraron a rematar ese terrible 2010 con unos buenos disparos a los faroles. 
La noche había llegado ya, pero muchos prefirieron ignorarla, creyendo que la oscuridad era para los demás y no también para ellos, o que contaban con buenas linternas. Pero no: cuando una nube como ésta sepulta una nación entera, lo ensombrece todo y a todos, aunque haya quienes se beneficien de ella vendiendo luces que apenas alumbran o comerciando con la amenaza de más oscuridad. La Historia es enormemente abundante en las crónicas sobre la noche, sólo había que asomarse, aunque fuera un poquito a ella. Sólo había que atreverse a pensar. Pero no lo hicieron. Y los que sí habíamos previsto que todo se estaba tiznando como si lloviera carbón no fuimos suficientes para proteger las ventanas. Siempre había algo más importante para quienes seguían aturdiendo los cristales con el reguetón que salía de sus carros, sin darse cuenta de que la ceniza iba tapando las huellas de sus cauchos nuevos. 
Para muchos de nosotros, es la noche más profunda que hemos conocido. Los mayores recuerdan otra, pero a veces con increíble nostalgia, como si ciertas bondades de aquella época no hubieran sido producto de determinados factores económicos, sociales y hasta geográficos, sino obra de quienes habían apagado la luz. Para los que no vivimos aquellas sombras, las que ahora nos ocultan el cielo nos generan muchas preguntas, porque no sabemos vivir así, aunque nuestro paisaje nunca haya sido plenamente luminoso. Pese a que crecimos en una especie de tenue libertad atravesada por el riesgo, carecemos de experiencia propia sobre una existencia nocturna. Como las plantas, necesitamos el día. Pero ahora no nos queda otra que invertir la fotosíntesis. Cómo respirar en un espacio que a pesar de que tiene casi un millón de kilómetros cuadrados se vuelve cada vez más claustrofóbico, por ejemplo. Cómo salir adelante si uno no puede ver el camino. Cómo resguardar las velas de lo más sagrado cuando hay que apagarlo todo como si se esperara un bombardeo. 
 Las respuestas a esas preguntas serán lentas y difíciles. Pero debe haberlas. Debe haber el modo de sobrevivir a esto sin abrirle las puertas del espíritu a la negra inundación, sin hacerse cómplice. Líbreme el cielo de pedirle el martirio a los demás: sí puedo pedir que pongan atención, que abran bien los ojos, que como los de los gatos aprenderán a ver en las tinieblas. Mejorar el tacto para no dejar de percibir el contorno y la magnitud de las cosas. Afinar el oído para escuchar cómo se susurra la verdad bajo la gritería del ruido de lo permitido. Aprovechar la riqueza de la lengua para introducir cuñas de ironía en las pocas grietas que todavía quedan en las murallas de silencio, para que se resquebrajen. 
 Lo importante es que la vida siga. Aunque siga con los signos al mínimo, en espera de que vuelva a amanecer, porque algún día lo hará. Aunque siga en otra parte.

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