El otro día conversando con un instalador de "sistemas de car audio" le planteaba la agresión que significa para los demás el hábito predominantemente masculino de pasearse por la calle, de día y de noche, con una música a volumen extremadamente alto reproducida en el sistema de sonido de un carro, el instalador le dijo en un tono muy respetuoso y obviamente al decir las cosas y que respetara los gustos de quienes quieren escuchar música a alto volumen. He pasado varios días pensando en ese reclamo del instalador, en cuanto a que yo debo respetar los gustos de quienes quieren escuchar música a alto volumen en sus vehículos, y obligarnos a los demás a escucharla también cuando se pasean con ellos con las ventanillas abiertas o se instalan bajo un edificio, en la orilla de una playa, en un espacio público cualquiera. Según él, soy yo el que está vulnerando los derechos de esas personas al cuestionar ese hábito, y no ellos los que se han tomado la atribución de despertar a quien sea en medio de la noche, o impedir el disfrute de un espacio público, o simplemente estar en el ámbito doméstico haciendo cualquier cosa o haciendo nada, sin que la música de otra persona nos invada.
Según ese señor, al parecer, debería yo respetar o sea, hacer silencio, no pronunciarme públicamente contra eso los gustos de los demás aunque constituyan una agresión. Porque para mí lo es, y no soy el único que lo piensa. Es un ataque a los derechos a la tranquilidad. Pero para él yo estoy equivocada, y siguiendo ese argumento suyo, debo yo respetar también el gusto de quien quiere beber en medio de la calle, porque es su gusto. U orinar en ella, también, porque le gusta. O, no sé, comer perro asado, martillar en medio de la noche, cualquier cosa que quepa en la casi infinita variedad de los gustos individuales.
Éstos están, en su visión de las cosas, encima de los derechos de los demás. Así que como a mí me gustan las playas solitarias, tendría, según él, el derecho de impedir por el medio que se me ocurra, violencia incluida, que otras personas usen la misma playa que yo mientras esté yo ahí.
Definitivamente, nuestra democracia falló al enseñarnos qué son los deberes y los derechos, qué hace que una sociedad funcione. Y lo que vino después de ella no parece haber hecho mucho por corregir esa falla histórica. ¿Soy yo la equivocada por hacer ver que sobre el gusto de un individuo por volverse sordo están los derechos a la tranquilidad de muchísimas personas más? No; lo que es un logro de la civilización moderna, la cultura de los derechos y los deberes en los que se basa la convivencia democrática, no es un error, sino que es nada menos que el cemento que mantiene unida a una sociedad e impide que degenere en el salvajismo de todos contra todos.
No, respetado instalador: los gustos individuales no están por encima de los derechos colectivos. Su expresión es válida hasta donde vulneran aquellos derechos. La libertad del individuo es otra cosa.
No es la libertad para agredir a los demás.
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