No sé, no veo cómo decir que 2009 fue un año bueno para Venezuela. Fue seco y caluroso, incluso en diciembre. Fue más conflictivo que los anteriores, más tenso, más violento, con una notable contracción económica y una también muy evidente pérdida de libertad y de calidad de vida.
Nuestra capital no pudo salvarse más de los apagones y los racionamientos de agua que tenía tiempo sufriéndose en el interior, y esta provincia, a su vez, copia cada vez más la inseguridad y el tráfico de la capital. Por desgracia, en 2009, en general, se profundizaron nuestros problemas nacionales y nuestros defectos como sociedad: más ruido, más sinrazón, más mentiras, más abuso y más devastación moral.
Dicen las encuestas al menos las que han caído en mis manos que la mayor parte de la población ya no cree en nadie ni veo que vayamos por buen camino. Pero unos cuantos tenemos la sensación de que hay muchos bastante conformes, o al menos indiferentes, con el modo en que se encuentra el país. Esa sensación nos produce una dolorosa orfandad, por no decir desarraigo, desconexión. Unos cuantos sentimos que ya no podemos reconocer el país en el que nacimos y nos criamos, que no lo entendemos, que no nos escucha. Y que este país que nos formó ahora nos resulta impredecible y hostil.
Creo que recordaré 2009 como el año del exilio interno y externo, y el año en que muchísima gente (mas que en otros años) preguntaron a mis padres si no pensaban en irse. El año de Twitter, de las idas de agua y luz, de muchas noticias buenas y malas. Un año de frustración y de desesperanza en lo que concierne a los asuntos colectivos, en el que no obstante vi todavía muchos esfuerzos individuales por salir hacia delante, incluso en la cultura y en los medios, que tantos golpes sufrieron. Probablemente sea un año de transición, en el que algo ha empezado a cambiar. Pero no tengo idea de en cuál dirección se ha hecho ese cambio.
Creo que son tiempos en que uno debe tomar decisiones importantes, hacerse preguntas que nunca se ha hecho, buscar dentro de sí la humildad, la valentía y la claridad que tanto cuesta encontrar fuera. Creo que hay que reunirse con los más cercanos y hablar de lo que nos pasa. Revisar las prioridades. Proteger, como a una rara flor de invernadero, la decencia.
Los tiempos mejores que estamos esperando no parecen estar a la vuelta de la esquina, así que hay que ser fuertes, disciplinados y atentos. Mi deseo es que usemos un poco más la cabeza, que gritemos menos, toquemos menos la corneta y pongamos más atención. Que contemos hasta diez antes de reaccionar y que tratemos, una vez más, de ponernos en lugar del otro. Mi deseo es que este año abramos más los ojos y los oídos, que aprendamos aceptación y flexibilidad, que no nos caigamos a cobas. A lo mejor así logramos que 2010 sea mejor que 2009. Ojalá.
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