Estoy en Mérida. Feliz porque estoy de vuelta con mis queridos padres, con Made, con Manolito, y con mis perras. A Manuel Alfonso lo extrañaba desde que se fue de intercambio para Alemania el 7 de septiembre del año pasado. Ahora habla alemán y creció muchísimo, y llego con aires de madurez, ejem. Yo en cambio, fueron sólo dos meses y medio que estuve fuera de casa, pero se me había olvidado algunos detalles de aquí, como lo mucho que me gusta el Nestea venezolano, el papelón con limón, las cocadas, el cocosette, el pirulín, la comida de mi mamá, mi cuarto, mi carro, entre otras cosas. También se me había olvidado la ladilla crónica que son las obras del trole bus con sus respectivas colas y el olor asqueroso de monoxido de carbono que inevitablemente se respira de toda la transpiración de los autobuses, busetas y carros viejos de acá.
El último día en Madrid estuvimos haciendo compras todo el día. Nos despedimos de ella cenando por el centro, después terminamos acostándonos a las 5.30 am, haciendo las maletas, para luego levantarnos a las dos horas, porque el avión salía a las 10. Menudo estrés y tristeza que se pasa siempre al final de un viaje. Pero ya pasó. Entramos cansaditas a Mérida y ya hasta se acaba el incómodo jet lag. Aquí las fotitos de Madrid con las muchachas.
Que viaje tan bueno. Mis amigas, mientras me quedé en Londres, se fueron al final para Brujas, Amsterdam y Biarritz, y las pobres pasaron en ocasiones mucha roncha (porque claro, andaban sin mi, jeje), pero aprendieron un montón y están muy contentas con toda la experiencia. Y por mi parte también pasé de los mejores veranos en mi vida, conociendo gente muy pana y viajando entre mejores amigas. Cada cabeza de nosotras es un mundo, pero nunca llegamos a pelear. Fuimos muy civilizadas. Lo único que cambiaríamos, serían las mañanas donde teníamos que levantarnos a las 7 de la mañana para poder estar listas y salir del hotel a las 10.30/11 (obvio porque eramos ¡SEIS! y de pasapalo venezolanas).
Para mí, viajar y todo lo que conlleva: ver la fisionomía de las caras, la forma de vestir, la forma de hablar, la arquitectura de edificios y de casas, el desplazamiento del tráfico, la comida, los olores, la música, conocer parques, monumentos, obras de arte, así como ir a lugares que desconozco, ver su limpieza, la vida nocturna, etc... se convierte en toda una fascinación. Y así fue.
Claro, y no puedo faltar en agradecer a varias personas que hicieron que todo ésto se volviera realidad, comenzando por mi papá, que me lo patrocino y que terminó ayudando mucho en la organización. El viaje, sin duda, hubiese sido muchísimo menos provechoso y le debemos un montón. Además de él, también quedamos encantadas con toda la atención que recibimos de todo el mundo que nos dio hospedaje/comida por Europa, empezando por la señora Cristina en Madrid, luego en Barcelona al primo de Maigua, a Andrés y Elisa, a Ana y Eduardo, en Roma a Patrizio Pasquali, en París a la Madrina Nelly y su esposo Antoine, y en Londres a Carlos.
Ahora lo que nos queda es olvidarnos de las vacaciones y dejarlo como un lindo sueño, porque de momento nos toca las responsabilidades y el estudio parejo. Aquí les dejo un video de niños trabajadores en el Páramo merideño.
El último día en Madrid estuvimos haciendo compras todo el día. Nos despedimos de ella cenando por el centro, después terminamos acostándonos a las 5.30 am, haciendo las maletas, para luego levantarnos a las dos horas, porque el avión salía a las 10. Menudo estrés y tristeza que se pasa siempre al final de un viaje. Pero ya pasó. Entramos cansaditas a Mérida y ya hasta se acaba el incómodo jet lag. Aquí las fotitos de Madrid con las muchachas.
Que viaje tan bueno. Mis amigas, mientras me quedé en Londres, se fueron al final para Brujas, Amsterdam y Biarritz, y las pobres pasaron en ocasiones mucha roncha (porque claro, andaban sin mi, jeje), pero aprendieron un montón y están muy contentas con toda la experiencia. Y por mi parte también pasé de los mejores veranos en mi vida, conociendo gente muy pana y viajando entre mejores amigas. Cada cabeza de nosotras es un mundo, pero nunca llegamos a pelear. Fuimos muy civilizadas. Lo único que cambiaríamos, serían las mañanas donde teníamos que levantarnos a las 7 de la mañana para poder estar listas y salir del hotel a las 10.30/11 (obvio porque eramos ¡SEIS! y de pasapalo venezolanas).
Para mí, viajar y todo lo que conlleva: ver la fisionomía de las caras, la forma de vestir, la forma de hablar, la arquitectura de edificios y de casas, el desplazamiento del tráfico, la comida, los olores, la música, conocer parques, monumentos, obras de arte, así como ir a lugares que desconozco, ver su limpieza, la vida nocturna, etc... se convierte en toda una fascinación. Y así fue.
Claro, y no puedo faltar en agradecer a varias personas que hicieron que todo ésto se volviera realidad, comenzando por mi papá, que me lo patrocino y que terminó ayudando mucho en la organización. El viaje, sin duda, hubiese sido muchísimo menos provechoso y le debemos un montón. Además de él, también quedamos encantadas con toda la atención que recibimos de todo el mundo que nos dio hospedaje/comida por Europa, empezando por la señora Cristina en Madrid, luego en Barcelona al primo de Maigua, a Andrés y Elisa, a Ana y Eduardo, en Roma a Patrizio Pasquali, en París a la Madrina Nelly y su esposo Antoine, y en Londres a Carlos.
Ahora lo que nos queda es olvidarnos de las vacaciones y dejarlo como un lindo sueño, porque de momento nos toca las responsabilidades y el estudio parejo. Aquí les dejo un video de niños trabajadores en el Páramo merideño.