jueves, noviembre 20, 2008

Xenofobia en Caracas hacia venezolanos

Tuve que pasar un par de días por Caracas porque tenía cita en la embajada americana. Cuando llego el tan esperado dia, me presente a mi cita con una mezcla de tranquilidad y angustia, la respuesta del oficial que me atendió fue negativa, que no califico para una visa de turista de los Estados Unidos de America.

La verdad es que he tenido que hacer demasiados trances por culpa de los benditos pasaportes extraviados que a veces me pregunto si vale la pena.

Pero como al final en Estados Unidos se encuentra el 50% de mi familia (California, Colorado, New York, Florida, Texas, Minneapolis, Pennsylvania, Connecticut, Massachussetts, Illinois, New Jersey, etc) no me queda otra que sacar una visa si los quiero visitar.

Así que tuve que hacer la guacharanga de sacar una visa americana, primero pagas la cita que haces por telefono (con los preciados cupos de CADIVI), te la dan para dentro de 6 meses, esperar 6 meses para recolectar toda el papeleo que me hace falta (con el trabajon burocratico de este país), luego decirle a mi tía que iré a incomodarla un par de días a su casa y por fin, llega el esperado día, y me la negaron, me dieron ganas de llorar, pero igual se me ocurrio preguntar algo muy importante así que le dije "Señor, el próximo año seré española y tendré pasaporte español, ¿Influirá que Ud. me haya negado la solicitud en mi pasaporte español?" el oficial no supo contestarme. Muy politely le dije "Thank You", me dí la vuelta y llamé a mi tía, y me consolo diciendo "C'est la vie".

martes, noviembre 18, 2008

El sindrome de Bogota

No sé a cuántos les puede estar pasando, pero en mi experiencia, son ya unos cuantos. Por trabajo o por placer han pasado por Bogotá y vuelven encantados. Cuánta limpieza, cuánto orden, cuántos policías por doquier. Qué ricas son las frutas, qué agradable es el clima, qué bonitos los edificios de ladrillo, el barrio histórico de La Candelaria y el Museo del Oro. Y sobre todo, qué cortés es la gente, qué bueno el servicio en todas partes, qué educada cada persona desde el botones hasta el taxista, desde el funcionario de inmigración en el aeropuerto hasta la chica que me hace comprar tres pares de botas de cuero.

Ninguna de esas apreciaciones me parece exagerada ni injusta. En efecto, la capital colombiana tiene zonas muy agradables donde se respira un orden y una tranquilidad bastante exóticas para un habitante de Caracas, Valencia o Maracaibo. Por supuesto que las frutas son maravillosas y que, por lo general, la gente es amable y uno se complace con esa cortesía virreinal que tanto contrasta con la informalidad del Caribe, esa informalidad nuestra que, como sabemos, degenera con mucha frecuencia en la mera falta de respeto. Uno percibe que los bogotanos quieren trabajar y quieren trabajar bien, que quieren a su ciudad y a su país, y que allá hay un gobierno interesado en que eso pase.

Lo que me llama la atención es cómo estas apreciaciones producen una decisión más compleja: irse a vivir a Bogotá. Se está extendiendo entre el grupo de la población venezolana que ya no se halla en el país o que está harta de la delincuencia o la inseguridad en todos los ámbitos, y que tiene cómo exiliarse. Una aproximación parcial a esa ciudad induce a algunos compatriotas a pensar que allá encontrarán una vida casi ideal. Es lo que pasó en un momento con Costa Rica, lo que sigue pasando con Panamá y lo que ha comenzado incluso a pasar con Perú. Sin saber mucho sobre esos sitios, algunas personas viajan allá con bajísimas expectativas iniciales y se encuentran con ciudades que tienen prosperidad, cultura y buenos gobiernos. Cuando esa primera impresión se mezcla con un coctel emocional en el que se han ligado la angustia por la situación venezolana y la necesidad de huir de ella ante la imposibilidad de vislumbrar una solución a corto plazo, surge a veces esta medida de partir a Bogotá para encontrarse un nuevo destino.

Pero las cosas pueden no salir nada bien. Porque bajo la cortesía andina, está también la desconfianza. Y detrás de los centros comerciales con tiendas de marca, hay una crisis económica en la que no sobra el empleo. Porque ese síndrome de que Bogotá es un impulso, a veces es un salto al vacío. Es cierto que la capital colombiana tiene muchas virtudes, pero también muchísimos problemas, como el país entero. Yo no puedo negar a estas alturas que la opción de dejar Venezuela tiene mucho sentido, pero una decisión tan relevante no puede tomarse en una chiva rumbera ni un tour de compras.

Lo que deberíamos ver es cómo Bogotá ha salido adelante pese al conflicto armado y la pobreza.

Cómo nuestros vecinos tratan de reconciliarse consigo mismos y cómo han apostado por el esfuerzo y el trabajo. Unos días en Bogotá podrían darnos ideas sobre cómo una sociedad, no sólo un gobierno, puede hacer un esfuerzo colectivo por estar mejor.

domingo, noviembre 09, 2008

Viaje a Bogotá

Me fui a Caracas anoche y estoy llegando a Bogotá, como ya es tarde, y el internet sale gratis, voy a describir como viví una experiencia extraña ésta mañana en Caracas. La insólita experiencia de conocer una buena obra de gobierno se produjo cuando fui a la nueva sede del mercado municipal de Chacao. Manolito me llevó.

Fue lo único que me dio chance de hacer turisticamente. Pero primero quise pasar por la antigua sede, adonde fui varias veces. El mercado viejo tenía un encanto cuando iba, por el ambiente y todo lo que conseguía ahí, pero en realidad, no es más que un galpón caluroso, sucio y deprimente que se construyó como solución improvisada. Dentro de él siguen trabajando los pocos comerciantes que no quisieron mudarse al nuevo, con distintos argumentos (el más reciente, bastante absurdo, es el de la defensa de una tal "tradición oral") y que, hay que decir, son chavistas.Chavistas en este caso preocupados por el valor patrimonial que el IPC le da a ese galpón; chavistas que han respaldado a las mismas autoridades que permitieron la devastación de Sabana Grande y del Centro Simón Bolívar, entre muchas otras cosas, y que no han reconstruido Vargas a casi 10 años del deslave. Esos comerciantes siguen en el mercado viejo y vacío, aunque tienen puestos esperando por ellos en el nuevo. Y el nuevo es verdaderamente distinto: es fresco y amplísimo, de concreto y ladrillo, con mosaicos y luz por todas partes, con locales en los que uno podrá comer platos hechos con ingredientes que se venden cuatro pisos más abajo y mirando El Ávila.

Un mercado donde debe provocar trabajar y donde sin duda provoca comprar, donde las mercancías se ven mucho mejor y resisten mejor nuestro clima, y que cuenta con una terraza para que uno mire el cielo y respire. El nuevo mercado de Chacao expone muchas cosas, aparte del relámpago de limpieza y modernidad que tanto contrasta con lo que pretenden defender los chavistas que se aferran al viejo. Significa que un equipo municipal electo dos veces invirtió el dinero público en una obra pública,donde la gente trabajará, producirá y se encontrará con sus clientes y vecinos. Implica la revalorización de las cuadras adyacentes, una zona en la que muchos empresarios inteligentes querrán invertir en cafés, librerías o restaurantes. Y sobre todo, la materialización de que no todo está perdido, de que todavía hay quien construya beneficio colectivo. Es una obra tan buena como el Hospital Cardiológico Infantil y el tren del Tuy, a cuyos responsables hay que agradecer también. Y ojalá haya más mercados como éste, fuera del oriente rico de Caracas. Ése es el país que quisiera ver crecer.