domingo, julio 29, 2012

Una nueva realidad

No hay sino que poner un poco de atención para darse cuenta de que muchas cosas están cambiando. Medio Silicon Valley está en Bangalore y come curry en vez de sushi. El tribunal Internacional de Justicia acaba de condenar por primera vez a un ex jefe de Estado por crímenes contra la humanidad. España es casi Grecia en materia económica y casi Brasil en materia futbolística. Italia tiene un líder decentísimo y Escandinavia está pareciéndose demasiado a un libro de Stieg Larsson. Europa vuelve a ser un continente de emigrantes mientras varios países africanos tienen hoy economías emergentes, en franco crecimiento. Las orgullosas naciones del desierto lucen hoy caóticas y a la deriva en su mar de arena. En la cerrada Birmania se cuela un resquicio de libertad y de futuro. En Estados Unidos, Obama deja de estar de moda y los nuevos ídolos que millones quieren emular son puertorriqueños. En China, mientras los millonarios compran chateux en Francia para que no les falte el gran vino, la gente está aprendiendo a protestar y a echar atrás a un gobierno que no quiere que nadie recuerde lo que pasó, en 1989, en la plaza Tiananmen.
Nuestros vecinos también ponen lo suyo en este torbellino de transformaciones. En México volvió el PRI con una estética de telenovela; en el Perú el coco no result´ser tal y la economía no deja de crecer; en Cuba, que avanza milimétricamente hacia el siglo XXI, ya se pueden vender y comprar casas; en Uruguay avanza una prosperidad que no se conocía en casi una centuria, y no precisamente gracias a sus vacas; y Brasil sigue derechito hacia el puesto que su empuje parece garantizarle, el de una de las grandes potencias de este siglo.
La tecnología se ha convertido en un catalizador para potenciar cambios que se despliegan en cuestión de meses y a lo largo del ancho mundo. Los celulares se han vuelto mucho más asombrosos (y democráticos) que las computadoras. Los clubes de vídeo son intangibles, completamente digitales. Los músicos han vuelto a vivir de sus conciertos y no de sus discos. Una monja que tocaba piano en un convento de Etiopía puede hacerse famosa en YouTube medio siglo después de poner sus dedos sobre las teclas. A un gato le hicieron un tórax, hay impresoras que producen objetos tridimensionales y desde el cielo merodean robots blancos que matan a distancia. Pero el BlackBerry ha dejado de ser cool y han regresado, como objetos ceremoniales, los discos de vinil.
El mundo parece estar por fin enterándose de que Canadá es fantástica, de que el desastre del clima tiene mucho que ver con el modo en que producimos y consumimos, de que nos estamos quedando sin pescado, de que la obesidad es un problema de salud pública y de que a la democracia hay que defenderla. En una súper máquina europea descubrieron la partícula de Dios. Tenemos una galería de close ups de Marte. Un maracucho está a cargo del MIT. Un mexicano es el hombre más rico del mundo y no es un narcotraficante. Woody Allen recordó cómo hacer buenas películas mientras lo olvidaba a su vez Francis Ford Coppola. Madonna finalmente perdió su mojo, desplazada por una mezcla de cantante pop y museo de arte contemporáneo llamada Lady Gaga. Gustavo Dudamel está llevando a la música clásica la experiencia del best seller global.
Y aquí en Venezuela, donde tanta gente dice que no pasa nada y que todo sigue igual, estamos entrando en un nuevo periodo histórico casi sin darnos cuenta.

miércoles, julio 18, 2012

Juan Bimba con gorra de reguetonero


La llamada viveza criolla es la versión local de un arquetipo presente en todas las culturas y que aquí expresa la triple polaridad entre una ley absurdamente rígida (velocidad máxima: 60 km/h), un poderoso ilimitadamente autoritario y un individuo que sólo cuenta con su ingenio para sobrevivir ante esas fuerzas.
La vida en este país está severamente intervenida por unos cuantos mitos que, a lo largo de una pila de generaciones, hemos tenido velándonos el raciocinio. 
Somos presas de una suerte de pensamiento que ayudan a entender por qué este país es esencialmente la misma guarandinga desde la Colonia. Son el mito de El Dorado, que nos dice que el país ya es rico y que la riqueza no necesita ser producida sino bien distribuida por un jefe compasivo y justo; el mito del indígena vengativo que alimenta el arquetipo del alzao; el de la bruja benévola que vela por nosotros; el que somos irreductiblemente bonchones; y el mito de Juan Bimba: aquel campesino analfabeta que emigró a la ciudad y fue salvado de la inanición por un partido que le dijo cómo pensar, cómo sentir, cómo vestirse, cómo comportarse. Un personaje que asociamos a los costumbristas y al AD de hace medio siglo, pero que sigue existiendo el imaginario del poder, aunque hoy use una gorra de reguetonero en lugar de un sombrero de paja.
O sea, las ideas fijas a las que nos hemos aferrado para hacernos un resumen rápido y funcional de quiénes somos, y que nos han alejado de una reflexión profunda sobre lo que deberíamos ser, así como de una vida independiente como individuos libres. Se ha forjado y difundido esas concepciones de nuestra identidad, cómo se manifiestan en la conducta de muchísimas personas, tanto anónimas como famosas, y cómo inciden en la economía, las relaciones interpersonales, el mundo del trabajo, el estado en el que Venezuela llegó al siglo XXI sin tomar de éste no mucho más que los smartphones, las redes sociales y la noticia de que a Gaddafi lo sacaron a patadas de una cloaca.
Creo que la mejor lección que da este libro es un cuento de los hermanos Grimm, en el que una muchacha con fama de inteligente se vuelve loca por pensar si es quien cree ser, en lugar de hacer el trabajo que le encomendaron. Es lo que concluye: en lugar de estar pegados década tras década en preguntarnos quiénes somos y en vincularnos de acuerdo con una u otra respuesta a esa pregunta, debemos relacionarnos en torno a lo que hacemos, lo que logramos, los problemas reales, tangibles. que nos dediquemos, de verdad, a resolver.

martes, julio 03, 2012

Repensar el consumo

http://www.thezigzagger.com/2012/02/17/plastic/

Los geólogos clasifican la historia del planeta en varios periodos, cada uno de los cuales ha dejado una capa característica de restos en la corteza del planeta. Los dinosaurios vivieron en la Era Mesozoica; nosotros, los Homo Sapiens, que andamos por aquí desde hace unos 200.000 años aunque apenas comenzamos a desarrollar agricultura y lenguaje hace 8.000, hemos vivido hasta ahora en la Era Cenozoica. Pero ahora hay científicos que dicen que el impacto que hemos dejado sobre este mundo es tan grande que hemos creado una nueva era geológica, por la magnitud de la capa de residuos que le hemos ido tatuando al suelo. A este nuevo periodo geológico lo llaman Antropocénico: el producido por la gente.
Estamos rodeados de objetos. Ni el más pobre de entre nosotros carece por completo de ellos. Desde el momento que nuestros antepasados formaron tribus, no hemos hecho sino pensar y trabajar para tener más y más cosas. Cosas que nos han permitido llegar hasta donde estamos, con lo malo y lo bueno que eso implica: cosas que han servido para construir Siena, para tocar "Natalia" y para facilitar el parto seguro de un bebé, pero también para arrasar una ciudad. Gracias a la capacidad de nuestra especie para diseñar y construir artefactos hemos adquirido un gran poder sobre este mundo; poder que, sin embargo, está lejos de ser absoluto y con el que sin duda se nos ha pasado la mano. Para dar un ejemplo, entre muchísimos disponibles, de esto último: en una zona del Océano Pacífico hay una mancha de basura plástica flotante que tiene más o menos el tamaño de Venezuela. 
Pero este ausnto de nuestra descontrolada afición por producir y acumular objetos también tiene una dimensión intangible. Una que algunos podrían llamar moral, otros ética; otros más, dirían que es asunto espiritual. Nuestra adicción a comprar y poseer cosas es común a todas las sociedades, pero en Venezuela la cosa es bastante grave. Dirán ustedes que ningún país consume más que Estados Unidos, y es verdad; pero nuestro problema no es Estados Unidos, somos nosotros.
No estoy en absoluto proponiendo que nos metamos a comunistas - líbreme el cielo - ni a nada parecido. De hecho, estos años de "socialismo" no han hecho sino incrementar el consumismo entre nosotros. Lo que digo es que tenemos que usar un poco más la cabeza antes de llevarnos la mano a la cartera para gastar lo que no nos sobra en algo que no necesitamos. Tenemos que pensar qué significa para nosotros el consumo. Pensar, por ejemplo, que no son los objetos los que nos definen como personas, sobre todo los que no necesitamos. 
Sé que es un tema viejo y complicado pero hoy en el 2012 esta a penas comenzando a aparecer el impacto de nuestro consumismo, e irá empeorando a medida que pasen los años. Sólo quiero invitar a pensar sobre eso aunque sea un poquito. Los objetos no son malos ni buenos por sí mismos. En unos cuantos casos, nos resultan hermosos y son expresión de sensibilidad, de trabajo, de progreso, de cosas buenas. Pero creo que podemos comprarlos mejor, escogerlos, poniendo la atención sobre la acumulación, el placer interno sobre el placer externo, la individualidad sobre la masificación.
Hay muchos entre nosotros, de distintos ingresos, cubiertos de marcas como un carro de Fórmula Uno y un gran negocio delincuencial ocupado en satisfacer un mercado de adictos.