domingo, agosto 09, 2009

El reino de los mediocres

Pasa en todos los estratos socioeconomicos, en las grandes ciudades y en los pueblitos. En el sector público y la empresa privada. Pasa en los palacios de gobierno, en las universidades, en las ONG, en las iglesias, los restaurantes, las líneas de taxi. Pasa en las aulas de clase, desde primer grado hasta los estudios de postgrado. Pasa en el hogar.

Pasa en Venezuela en todos lados. Y pasa también en el exterior (sólo que hay países que no se entregan a su peor gente). Es una enorme conspiración de los mediocres que se extiende por doquier para ahogar a la inteligencia y al talento. Una política sistemática que se vuelve más sofisticada con los nuevos tiempos y que aprovecha todo recurso a su alcance, aunque viene dándose, tal vez, desde 1498. No es exclusiva de estos tiempos terribles, aunque ahora vive unas condiciones ideales que se han explotado y promovido desde lo más alto.

A Venezuela no la están invadiendo ni los cubanos ni los gringos: se la están comiendo los mediocres. La están sofocando en un pantano de mentiras compulsivas, de operaciones morrocoy, de negocios turbios que involucran desde una resma de papel robada en la oficina o una vacuna disfrazada de limosna a cargo del "bien cuidao" de la acera, hasta la pérdida de la rendición de cuentas con las reservas internacionales. E insisto, no es un asunto sólo político, ni son los únicos los chavistas.

Los mediocres se han unido para invertir los significados de las palabras, borrar los linderos entre lo lícito y lo ilícito, despojar a la ambición individual de todo lo que no sea acumulación de signos de riqueza y frustrar la instalación de los mecanismos del sentido común: el respeto a las leyes consensuadas, la resolución de problemas por la vía del diálogo sincero y el progreso de quienes trabajan con seriedad y acumulan conocimiento productivo.

Los mediocres tienen una economía muy bien desarrollada, que reemplaza a la economía real y la maneja desde adentro, como un íncubo, un Mr Hyde. Usan la democracia para asfixiarla y deformarla. De hecho, ése debe ser el mayor defecto de la democracia: que la apertura que constituye su esencia permite el acceso de los ignorantes y los sinvergüenzas al poder. Los mediocres tienen una institucionalidad que les funciona, una estructura que pervive y que, paradójicamente, lleva su ingenio, su "talento": es el producto de una inteligencia colectiva dirigida al mal.

Fíjense cómo se les enseña a los niños a ser mediocres, en tantas escuelas y colegios: repite lo que te repite el profesor y pasarás; punto. Fíjense cómo prosperan los mediocres en los centros de trabajo con sólo halagar al jefe, como en la serie The Office. Así llegan a dominar una nación entera.

Y los demás, cuando no luchan, se aíslan o se van. Dejando a los mediocres sin resistencia, a sus anchas. Entonces, el reino de los mediocres celebra su victoria de cada día haciendo ruido para no pensar, cobrándote hasta por saludarte, rayando las circulares en los ascensores o quebrándote la paciencia en las taquillas burocráticas.

Pero tiene que haber un modo de derrotarlos. E incluso de vaciar sus filas, de reducirlas por lo menos. Tiene que haber un modo de que los mejores tengan más influencia sobre nuestro destino. Y de que el talento individual, el esfuerzo de los dignos, alcance el lugar que se merece.