viernes, mayo 28, 2010

Tú me entendiste


Trata de corregir a alguien que dijo algo mal. Te saldrá, muy probablemente, con un arma defensiva rabiosamente venezolana: "Bueno, tú me entendiste". Te está diciendo con eso que igual te hiciste una idea general de lo que quería comunicarte, y que decirlo bien o mal, con faltas graves a las normas de la lengua o usando palabras con pleno desconocimiento de su significado, no es lo que importa.
Pero parte de una premisa falsa: que se ha llegado al objetivo de comunicarse aunque las palabras no hayan sido las mejores. Y eso no está en absoluto garantizado. Puede haber dicho algo bien diferente de lo que quería decir. Mi profesora de teatro del bachillerato llamaba a eso "vomitar el parlamento".
Fuera de esa manía nacional porque uno diga "buenas tardes" y no diga "buenos días" despues de las doce del mediodía, el qué digamos y cómo lo digamos no parece tener mayor relevancia entre nosotros. Usamos las palabras como billetes de valor variable, que en un momento quieren decir una cosa y al siguiente otra. Todo el tiempo se llama aquí "exóticas" a las mujeres morenas con rasgos africanos o indígenas, cuando son justamente las menos exóticas, la más comunes, y todo el mundo parece haberlo aceptado así: que una palabra haya sido invertida por completo en su significado porque a las mayorías les suena bien. Y es un caso entre cientos.
Es muy cómodo para algunos que manejamos el lenguaje con tanto descuido, como sino fuera en absoluto importante. Es muy cómodo para los mediocres y los necios, y también para los pillos. En la ambigüedad, se puede colar siempre la mala intención. Por eso el lenguaje legal es tan obsesivo con dejar las cosas claras-aunque en una jerga cargada de siglos de tradición, y por lo común oscura para los legos-, porque si no, se pueden cometer injusticias. Por eso es tan importante, también, escribir muy bien una Constitución Nacional.
Es típico de las mala épocas de una sociedad, de sus épocas de decadencia y de atraso, que las cosas pierdan su significado. Toda nuestra cultura parece haberse impregnado del síndrome del "bueno, tú me entendiste", desde la publicidad comercial hasta la propaganda política, desde los noticieros hasta los salones de clase. Nos aferramos a verbos que no existe, a malas traducciones de palabras en otros idiomas, a absurdas interpretaciones recientes de palabras que nos eran familiares. Todo por lucir más modernos, más cosmopolitas, qué sé yo. Como decían los andinos de hace un siglo, mas "fiznos".
No se trata de que todos seamos lingüistas. Se trata de que adquiramos el valor de pensar, hablar y escribir con la misma precisión con que debemos manejar los cubiertos o el volante del carro, con la misma atención con que sacamos cuentas en la calculadora o nos aprendemos las funciones de un smartphone. Sin precisión, no seguimos instrucciones y no resolvemos los problemas con la eficiencia que merecen. O sea, no progresamos. Mientras esté tan extendido entre nosotros ese desgano por un mínimo de exactitud al relacionarnos, gobierne quien gobierne, cueste lo que cueste el barril de petróleo, estaremos pegados en el mismo hueco. Si nos conformamos con que "exótica" signifique lo contrario, también puede hacerse lo mismo con "democracia" o con "justicia".