domingo, octubre 25, 2009

C'est suffix

It's been five years. And now it's the beginning of my future. The beginning of another chapter of my life.

El capitulo se cerro hoy, en ingles se le dice Closure. Y significa cerrar un ciclo, un capitulo, enterrar y olvidar (con la ventaja de conservar lo aprendido) y hoy me arme de valor y con el dolor en el corazon hice algo que debia haber hecho hace dos anyos. Lo hice. Y me siento bien, estoy tranquila y muy feliz. Fue algo muy bueno para todos. Siento haber recibido un buen karma. Hay que vivir el presente, el ahora. Ser feliz con lo que tengas a mano pero sin dejar de planificar, de sonyar, de organizar, se que queda un pelo de tela por cortar, pero cada vez menos.

Y ahora que? La vida sigue.

viernes, octubre 23, 2009

Tres en una moto

Voy bajando hoy al mediodia, justo a la hora en que terminan clases los colegios, y salen los chiquillos corriendo por ahi. Recorde cuando mi papa me buscaba, hace unos 8 años atras, y me enfurecia si me dejaba esperando mucho tiempo. Ahora corre el segundo mes del año escolar 2009-2010 y hoy el sol ametrallaba las carrocerías de los carros atrapados en una de las muchas colas que en ese momento se habían formado en la Av. Las Americas. Ésta en particular no era de las más graves, entre Los Samanes y La Trinidad. Había camiones de reparto obstaculizando la visión de los semáforos, conductores impacientes que corneteaban en vano y uno que otro motorizado que serpenteaba como podía entre los vehículos de cuatro ruedas e, incluso, de vez en cuando, se pasaba al canal contrario para superar la tranca.

Ella apareció despacio, casi centímetro a centímetro. Nunca le vi la cara, sino los brazos, el casco, los zapatos atentos sobre el asfalto, suspendidos como las puntas de la vara de un equilibrista. Iba sobre una moto roja y tenía, delante de ella, a un niño de unos cuatro años en uniforme escolar, con su morral delante del pecho y un casco negro cuya tira le apretaba el mentón. Y detrás, una niña algo más grande, con un bolso rosado de Barbie, pantalón de mono azul y una cola de cabello castaño oscuro cayendo sobre su franelita blanca.

Esa madre no practicaba la audaz agresividad de los demás motorizados. No tomaba ningún riesgo.

Prefería aguardar bajo el calorón a que la cola se moviera. Pude observarlos durante un largo rato, mientras la fila se diluía lentamente a medida que el semáforo de unos pocos metros más adelante liberaba a algunos carros hacia las otras vias. Ella no le pegó al retrovisor de nadie, no se comió la flecha, no hizo ninguna pirueta de las que hacen que un motorizado aparezca a la izquierda de uno por arte de magia (y que hace que se molesten tanto cuando el conductor, comprensiblemente, no logra adivinar que ellos surgirían por allí de un segundo a otro). Ella esperaba, con sus dos niños abrazándola, aguantando con ella la hostilidad del mediodía, seguramente cansados, sedientos, con hambre. No parecía una mujer particularmente aventurera, que haya recorrido en moto todas las playas desde Pui Pui a Los Cocos, sino una madre más que no encontró otra opción para buscar a sus chamos en esta ciudad, que comprarse una moto y tres cascos, y armarse de valor.

Otro motorizado que llegó junto a ellos pegado del canal contrario se detuvo delante de la madre y le pidió con señas que se detuviera, para hacerle fotos con el celular. No sé qué le dijo. Esperó un momento junto a la familia y luego siguió adelante, desapareciendo con rapidez. Ella, en cambio, siguió optando por lo seguro, sin mirar a los lados, pendiente del semáforo, de los costados, de los imponderables. Con todos los sentidos alerta pese a que estaba en una de las zonas más prósperas del país. Hasta que llegó la oportunidad de avanzar sin riesgos, ella ganó un par de cuadras más y luego cruzó a la izquierda para ascender por una cuesta, una delgada calle llena de curvas que los llevaría a casa.

Y yo me quedé pensando en esas madres que han buscado el modo de adaptarse a esta vida cotidiana nuestra que consiste en vencer obstáculos desde la mañana hasta la noche, de lunes a domingo, una vida de colas, de retrasos, de negativas, de minúsculas, interminables batallas. Me quedé pensando en esa mujer con sus dos muchachitos protegidos y pendientes, bajo el sol, calculando cada paso. Me pareció que eran un símbolo de lo que estamos viviendo. Un símbolo de (casi) todos nosotros.

lunes, octubre 05, 2009

La partida

De unos meses a esta parte, creo que no pasa un mes sin que sepa que alguna persona que conozco parte del país. Me he ido acostumbrando a escuchar la noticia, me he familiarizado con su gramática. "Me voy". O "nosotros nos vamos". Cuando oigo la frase, de pronto, en medio de una conversación, o la leo en un mensaje de Internet, no necesito preguntar qué es lo que me quieren decir, porque tiene un tono reconocible, una música particular, en la que no encuentro júbilo pero tampoco miedo. Encuentro resignación, rabia, frustración y, a veces, alivio. Pero es una noticia que se da desde una decisión firme.

Los destinos son bastante diversos. México, el DF o una ciudad secundaria. Barcelona, Madrid. Bogotá. Ciudad de Panamá. Algún lugar de Estados Unidos, que va desde Nueva York hasta Tucson o incluso El Paso. Londres. El mecanismo por el que se produce el exilio varía entre el postgrado o la oferta de trabajo, que incluso en recesión global algunos consiguen.

Mucho menos variados son los motivos: "Nos cansamos de la inseguridad", "nos cansamos del gobierno", "esto no tiene remedio". Y aún menos varía la clase de gente que se va: estudiantes aventajados o profesionales de entre 23 y 40 años, sobre todo, al menos en mi experiencia; gente muy bien capacitada, muy trabajadora, muy responsable. Gente que sabe que hay que detenerse ante un semáforo en rojo y que hay que usar el cinturón de seguridad. Que no roba y que cree en el progreso, al menos en el progreso individual y familiar. Justamente por esto último es que decide irse, porque cree que en Venezuela no es posible conseguirlo.

La revista Newsweek, que leen millones de personas en todo el mundo, publicó un reportaje sobre el tema, que tuvo en su tapa. Aquí, me parece, se habla muy poco de eso, aunque lo veo cada vez con más frecuencia en artículos de opinión y en una que otra nota que produce algún medio. Es un tema más privado que público, que no es masivo como en países como Ecuador o Colombia, pero que está alcanzando niveles alarmantes, porque Venezuela está perdiendo a parte de su mejor gente.

Me parece que hay que dejarse de consignas patrióticas que no ayudan a nada y que hay que mirar el asunto a la cara, enfrentarlo. Reconocer que aunque allá afuera hay un mundo muy distinto a éste y que en muchos casos puede ser bastante hostil, también hay posibilidades que en este momento son nulas o muy reducidas en nuestro país, muchas de las cuales no son nada espectaculares sino simples, modestos indicadores de calidad de vida que alguna vez nosotros también tuvimos (aunque nunca los tuvimos todos).

He visto encuestas recientes en las que la mitad de los consultados dicen que la situación nacional está bien. Yo no entiendo cómo pueden llegar a semejante conclusión. Frente a ellos, estamos millones de venezolanos que no estamos nada conformes. Y que ante nuestra inconformidad y nuestra tenaz incapacidad para satisfacerla, año tras año, nos estamos haciendo preguntas que antes no nos habíamos hecho. Creo que hay que hablar de esas preguntas. Creo que no hay que avergonzarse de eso. Creo también que quien decide quedarse y luchar tiene todo el derecho de hacerlo y nadie puede criticarlo por eso. Pero en todo caso, reconozcamos que muchos están por anunciar, también ellos, su partida.