jueves, febrero 24, 2011

Desprecio al conocimiento


Acabo de culminar una parte importante de mi vida. Me gradúe de Odontólogo y fue una semana muy especial, disfrutando un sinfines de celebraciones que tomaban diferentes formas (almuerzos, cenas, misas y fiestas), tuve un acto de grado majestuoso y el rector pronunció un discurso que me hizo llorar. Luego, entre abrazos y felicitaciones, lo primero que la gente (familia, amigos, conocidos) me preguntaba es ¿y qué piensas hacer? Lo único que les podía decir y que sé que podía contestar es que quisiera irme del país. Lejos de Chávez, lejos de la inseguridad que se respira.

Viajar siempre me ha gustado, y me faltan muchos países por conocer, pero entre lo que conozco y lo que he leído, definitivamente mi próximo destino, es un lugar que ya conozco pero que podría vivir muy feliz, y ese país sería EEUU. Es un país mágico, y claro que tiene sus miles de defectos, pero es un país que aprecia el valor de estudiar, que constantemente te motiva para aprender cosas, que tiene las mejores universidad del mundo con un tipo de enseñanza eficiente y que es, a pesar de su economía no tan estable últimamente, un país que te ofrece certitud. Certitud en que trabajando honestamente, constantemente y sin despistarse serás exitosa. Más de lo que puedes decir de Venezuela.

Hay países (son unos cuantos, pero no muchos) que tienen el respeto al conocimiento como una norma. También tienen gente que reniega de los científicos y de los intelectuales, por supuesto, a todo nivel: Silvio Berlusconi en la cultísima Italia, por ejemplo, o el reaccionario movimiento Tea Party en esa inmensa fábrica de investigación en innovación que es Estados Unidos. En todos lados hay personas poco educadas que desconfían de quien tiene títulos universitarios y los usa. O de quien no los tiene, pero sabe su oficio, mantiene viva su curiosidad, se afana para resolver problemas. Estos países, algunos de ellos con mucha historia y otros con tanta como puede tener el nuestro, producen ciencia y cultura y las exportan, defienden una idea de progreso. Cuidan sus universidades y sus laboratorios, protegen la propiedad intelectual. Cuando sufren una crisis política o económica, o una catástrofe natural, tienen más posibilidades de defenderse, como lo hizo Chile con el terremoto del año pasado, o como lo hace Japón con el tsunami/terremoto/crisis nuclear desde el pasado viernes.

Y hay países (que sí son muchos más, me temo) donde una historia de exclusión, pobreza y precaria construcción de instituciones ha mantenido a anchos sectores de la población ajenos a los incuestionables beneficios de la buena educación (digo buena, porque no basta con alimentar las estadísticas oficiales: hay que proveer a esos millones de estudiantes una educación que verdaderamente les sirva para vivir mejor). Y en estos últimos, sobre todo cuando no hay una relación directa entre el nivel educativo y el éxito económico como es el caso de Venezuela, pasa que abunda la gente que no sólo no se preocupa por aprender y por pensar, sino que se enorgullece de no hacerlo. Que manifiesta una verdadera aversión a meterse información en la cabeza. Y también, repulsión hacia quienes sí quieren hacerlo. Repulsión que se manifiesta en la escuela, en la casa, en la calle, en los medios, en la industria, en el comercio, en el gobierno.

Se apoyan en la mayoría. Se apoyan en que, aquí, la ignorancia es aparentemente el paradigma, aunque suelan predicar lo contrario. Dicen que los que piensan son amargados, o amanerados, o inútiles, o cobardes. Aquí, la inteligencia ha sido insultada, siempre, por la izquierda y la derecha, por los gobiernos y por las oposiciones, por los civiles y por los militares, por los pobres y por los ricos. El antiintelectualismo, núcleo de los regímenes totalitarios, alimento de las dictaduras, ha estado aquí siempre. Claro, hoy vive una época dorada. Pero el uso que de esa fobia al conocimiento hacen en el presente el mercado y la política, ha existido aquí desde la Independencia.

Es algo que ha validado nuestra condición de país petrolero - y eso que sacar petróleo y venderlo bien requiere mucho conocimiento - porque el país ha vivido de eso, mal que bien, sin sentir mayor necesidad de ser competitivo ni verdaderamente productivo. Nos encanta decir que la educación es lo primero, pero luego, siempre nos oponemos a que construyan una escuela en la calle de enfrente.

La situación atraviesa los siglos y los gobiernos. Y mientras tanto, asfixian a las universidades y a instituciones como el IVIC. Y la gente que sí está preparada para manejar el país, o para levantar nuestra economía, o para mejorar nuestra calidad de vida, se harta y se va.